En el verano de 1972 Reikiavik, capital de Islandia, se convirtió en el escenario de una gran batalla: la final del campeonato del mundo de Ajedrez entre el campeón, Boris Spassky, soviético, invicto, continuador de una serie de campeones rusos que ininterrumpidamente habían ganado el campeonato durante las últimas tres décadas; y Robert Fischer, norteamericano, judio, un primor autodidacta, imprevisible hasta ser un “peligro” para todos, que ganó el campeonato norteamericano a los 17 años después de haber aprendido a jugar ¡él sólo leyendo las instrucciones de un ajedrez de juguete!. En aquellos años el campeonato mundial de Ajedrez era algo bien distinto a lo que es hoy. Era un acontecimiento deportivo seguido por las televisiones y periódicos de todo el mundo. Y era también la excusa perfecta para que los gobiernos de Estados Unidos y la URSS escenificasen su enfrentamiento político, ese que solo unos años antes había llevado al mundo al borde de la guerra atómica por la crisis de la Bahía de Cochinos en Cuba. Sobre esto ha escrito y dirigido una obra de teatro Juan Mayorga que se representa estos días en la sala Francisco Nieva del Centro Dramático Nacional. Paremos un momento. ¿Se puede hacer una obra de teatro sobre una partida de ajedrez y que no se duerma hasta el último espectador? Juan Mayorga puede. Ha escrito un texto dinámico y entretenido y luego lo ha dirigido él mismo para convertirlo en un montaje muy potente. Por una vez, Mayorga director supera al dramaturgo. Lo mejora en el sentido de conferirle una ajustada acción dramática a un texto muy interesante que tiene un carácter principalmente narrativo. Cuenta con la ayuda de unos descomunales Daniel Albaladejo y Cesar Sarachu para dar vida a Fischer y a Spassky a través de dos hombres, Bailén y Waterloo, que se encuentra en un parque para jugar a ser los maestros de ajedrez y recrear aquel suceso histórico que ya parece casi mítico («¿qué os enseñan ahora en la escuela?» le pregunta Waterloo al chico/chica que se cruza en sus vidas y ante el que despliegan su torbellino lúdico al que han bautizado Reikiavik.
En Reikiavik Mayorga se desdobla en dos. Hasta el punto de escribir dos «notas» introductorias en su texto: Mayorga dramaturgo nos cuenta un acontecimiento deportivo que trascendía los límites del ajedrez para convertirse en una disputa política y social por la hegemonía del mundo, como paradigma de aquellos años absurdos y siniestros (la rivalidad política USA-URSS era máxima y se trasladaba a todos los ámbitos de la vida, hasta un punto que hoy puede parecer ridícula o fantasiosa a quienes no vivieron aquellos años, pero que entonces fue realmente dramática).
Y el Mayorga director de escena convierte ese texto en un montaje teatral lleno de acción, con dos personajes fantásticos, en la tradición de Estragón y Vladimir, que juegan inventar como serían las reacciones y actitudes, las sueños y los temores de los protagonistas de este duelo estelar, Boby Fischer y Boris Spassky, y de todos aquellos que se vieron involucrados en el choque. Juegan a algo inventado por ellos que se llama Reikiavik: La composición de toda esa pléyade de personajes secundarios y decisivos que rodearon a los jugadores y que da un salto dramático al montaje. Cesar Sarachu y Daniel Albaladejo despliegan una actividad frenética en el escenario para encarnar, en cuestión de segundos, a la madre de Fischer, su cura y consejero, a Kissinger (sublime Albaladejo en este minipapel), al equipo de asesores de Spassky, a su mujer, a los camaradas rusos… La función se convierte en una sucesión de matrioskas que esconden otro personaje en su interior y que inunda la escena de dinamismo. Probablemente nada de esto sería posible sin la enorme actuación de los tres actores. A Daniel Albaladejo ya le hemos visto bordar grandes personajes como su Orsino en Noche de Reyes bajo la dirección de Eduardo Vasco. Aquí está gigantesco. Lo de Cesar Sarachu es un gran noticia para el teatro español. Después de más de dos décadas actuando por medio mundo a las órdenes de directores de la talla de Peter Brook, vuelve a hacer teatro en castellano para regalarnos un Bobby Fischer majestuoso en su fragilidad y su energía vital. Un despliegue que incluye momentos de gran lirismo y gotas concentradas de humor muy refrescante. Hay que felicitar a Mayorga por recuperar para nuestro teatro el talento de Sarachu. Elena Rayos dibuja con mucha finezza un personaje aparentemente mucho menor pero que juega un papel muy importante, como ese percusionista que solo aparece dos o tres momentos a lo largo de una sinfonía pero cuya precisión es decisiva en el resultado final. Por cierto, después de leer el texto y ver la función sigo sin entender el equívoco de que sea una chica la que interpreta a un chico que es evidentemente una chica. Es un enredo que confunde al espectador y no aporta nada dramáticamente.
Otro de los aciertos de Mayorga director es inocular el humor como finas vetas que recorren el texto. Son chispazos ocasionales, que muchas veces parecen casuales, como ese desdoble clownesco de Sarachu con motivo de la rueda de prensa, y que dejan un regusto cómico en esta tragedia humana que fueron las partidas de Reikiavik. La función aporta una cantidad de información abrumadora pero no superflua ni aburrida. Quienes conozcan la historia de aquella batalla deportiva la seguirán con facilidad e incluso detecten algún error o anacronismo en forma de licencia poética (Fischer no jugaba en Central Park sino en Union Square). Quienes no sepan nada de ajedrez o no viviesen la guerra fría seguirán la historia con interés y posiblemente se centrarán más en el drama humano que fue el epicentro de la partida. Dos hombres utilizados por sus respectivos gobiernos para herir al enemigo, sin importar las consecuencias personales que eso pudiera tener sobre los jugadores. El trágico final que siguió a tantos atletas dopados sistemáticamente tras el telón de acero, a los deportistas norteamericanos empujados por sus entrenadores y medios de comunicación al límite de sus capacidades humanas, las enfermedades mentales que provocaron el clima de permanente sospecha, las intrigas, las traiciones y las persecuciones políticas de quienes no se plegaban milimetricamente a los planes trazados por los comités políticos. Reikiavik es un historia sobre la Guerra Fría, que contiene un juego de personajes jugando a su vez a ser otros personajes, que contiene una serie de partidas de ajedrez, que contienen una dramática y hermosa historia como un juego de muñecas rusas. Hasta diciembre en el Centro Dramático Nacional y a partir de diciembre de gira por los teatros de toda España. Vayan corriendo a buscar una entrada.