Siempre tengo una lista de libros pendientes por leer. En esta lista hay desde grandes clásicos (esas ausencias que le permitirían a Harold Bloom escupirme en la cara si nos cruzamos por la vida) a obras menores y posiblemente prescindibles. Desde que José Saramago publicara El viaje del elefante el libro pasó a ocupar un puesto importante en el ranking de mis deberes. Finalmente estas pasadas vacaciones pude incarle el diente a este libro y la espera ha merecido la pena.
El propio Saramago explica en el epílogo de su libro de donde le vino la inspiración para escribir esta historia. Estando en un restaurante en Austria con motivo de una conferencia a la que había sido invitado, Saramago reparó en unas figuras que representaban una serie de edificios europeos. Tras preguntar por su origen le respondieron que representaban el viaje de un elefante que Juan III de Portugal regaló a su primo Maximiliano de Austria allá en el siglo XVI. Esta historia sirve como punto de partida a Saramago para escribir uno de sus mejores libros.
Saramago nos hace llegar la historia de boca de un narrador que se encuentra en el tiempo actual. Digo de boca porque el lenguaje y la forma es extremadamente oral. Cuando suceden los diálogos no están separados con guiones y en diferentes líneas sino que las conversaciones suceden en un mismo párrafo, separados tan solo por comas. El efecto que genera en el lector es que alguien nos está contando la historia más que nosotros leerla.
El personaje principal es por supuesto el elefante, Salomón. Aunque (y por motivos obvios) el elefante no puede hablar no es un espectador pasivo. Cuando quiere interviene en la acción, condiciona el avance (o estancamiento) de la historia y muestra sus sentimientos como cualquier otro personaje. Los gestos del elefante son sabiamente interpretados por Subhro, el cornaca del elefante, y que ha estado a su cargo desde que ambos estaban en la India. Subhro padece con paciencia encomiable los cambios de lugar, tiempo y dueño con la mejor disposición y valiéndose de una gran ironía. En no pocos momentos parece que está a punto de meterse en problemas pero sabe que es el único cornaca disponible y, por lo tanto, puede permitirse esas pequeñas insolencias del que se sabe que es imprescindible, incluso delante de los gobernantes. Es el personajes al que Saramago da más espacio y posiblemente el que más proximo se encuentre a su corazón.
Junto a Salomón y Subhro aparecen un plantel de personajes secundarios que Saramago va pegando viajes más o menos amables. En términos generales Saramago es mucho más amable con las personas humildes que con los que ostentan el poder ya sea desde el punto civil, militar o espiritual. El libro está repleto de ironía que es el único recurso disponible para los que no tienen otras armas. Muchas veces, para sobrevivir a estas pequeñas insolencias, deben disculparse pero el riesgo ha merecido la pena tanto para el personaje como para el lector.
Las inclemencias atmosféticas y geográficas hacen que el viaje sea toda una epopeya, una prueba de superación para humanos y elefante que se ven advocados a una Odisea por los gustos caprichosos de los gobernantes.
Sin lugar a dudas es el libro más divertido de la obra de Saramago. Sin embargo, si quitamos esa cortina, nos encontramos con el pesimismo crónico del escritor que nos muestra, desde la distancia, las miserias que la especie humana se impone, desde la noche de los tiempos, a sí misma. En una de las divertidas reflexiones que hace el narrador de repente se cuela la frase “Adiós mundo que cada vez vas a peor”. La frase en el contexto de la disertación es tremendamente divertida, pero el humor es un mecanismo de defensa de los verdaderos sentimientos del escritor.
En resumen, un libro genial que nos hace pasar un rato estupendo pero que a la vez nos ayuda a reflexionar, una vez más, en la sociedad en la que vivimos.